martes, 13 de julio de 2010

El bautizo en la Colonia

"Bautismo de Cristo", Guido Reni.

El recién nacido no sólo corre riesgos durante el parto. Sus primeros años de vida pueden no ser fáciles, debido a la total indefensión frente a una serie de enfermedades. De ahí que sea habitual que los padres experimenten la muerte de uno o más de sus pequeños, situación que es sentida simplemente como parte de la vida misma. Por ello la Iglesia insiste en que los recién nacidos reciban el sacramento del bautismo lo antes posible. Normalmente la ceremonia se desarrolla en los días siguientes al nacimiento, como es el caso, por ejemplo, de María Suárez, nacida el 20 de octubre de 1666 en Santiago y bautizada ocho días después en la parroquia del Sagrario. Más que la supervivencia temporal, es la salvación eterna lo que importa. Por eso, a falta de sacerdote, suele ser un pariente o los propios padres quienes bautizan el niño. En algunos lugares lejanos las autoridades eclesiásticas designan a un encargado de bautizar, como es el caso del indígena Ascensio Tamblay Campillay, habilitado por los curas de Huasco Alto para administrar el sacramento, y en esa calidad aparece en las actas correspondientes. En este caso se establece que, según las disposiciones canónicas, después un sacerdote ha de poner los óleos e inscribir la criatura en el libro de registro parroquial. Es lo que ocurre con Ana Garrido Cárdenas, quien sólo a la edad de dos años, el 4 de octubre de 1699, es "oleada" en San Antonio de Uñigüe, doctrina de Cauquenes. Tales situaciones generan a veces curiosidades, como tener padrinos "de agua" o "de óleo". Este sacramento no sólo tiene un gran valor espiritual, sino que también representa el primer paso de un cristiano en la incorporación a la sociedad, donde se establecen redes vinculares con los padrinos y sobre todo obligaciones de compromisos mutuos.

Fuente: Chile en cuatro momentos, Tomo I, pp. 12-13.

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