miércoles, 14 de julio de 2010

La pintura en el Chile colonial




Con la llegada de Pedro de Valdivia y sus sucesores, España impone su imperio, cultura, ideario, arte, religión, cualidades y defectos. La historia del arte, durante la conquista y la colonia en nuestro país esta estrechamente ligado con el arte religioso. El europeo trata de imponer su filosofía occidental, apoyando en los principios cristianos, mientras tanto, el indiano, con un abanico de creencias religiosas, pone natural resistencia a los desconocido. Ello da margen a violentos desafíos de culturas opuestas, más bien, el reto psicológico de dos concepciones divorciados, sin puntos comunes de contacto, salvo la de la supervivencia.

La historia de las urbes sirve de primera fuente para investigar el nacimiento de las artes. Artes y artesanías ocupan un lugar cada vez más importante dentro de las actividades del colono, fundiéndose con las creencias religiosas y los sueños de alcanzar algún día fama y fortuna. Se forman centros de arte en Lima, Cuzco, Quito, Chuquisaca, Potosí, Tunja y en Chile, muy posteriormente, en Calera de Tango, a manos de los jesuitas bávaros, afincados en nuestro país a comienzos del siglo XVIII.

Los orígenes de la pintura colonial se remontan al segundo tercio del siglo XVI. el testimonio más antiguo es un retrato de Atahualpa, pintado en Lima por el capitán artista, Diego de Mora. La escuela limeña, se desarrolla sin estilo propio. Es de clara importación sevillano-flamenca y florece hasta la primera mitad del siglo XVII. En este mismo período llegan al continente tres grandes pintores marienistas, Bernardo Bitti, Mateo Pérez de Alesio y Angelino de Medoro. Además se incorporan Luis de Rivera, Pedro Gocial, Rodrigo de Cifuentes y el escultor Diego de Robles.

Esta forma de ser del arte hispanoamericano domina la sensibilidad del hombre americano. Comienza por constituirse en una especie de categoría histórico misional, más adelante en un lenguaje de formas y, finalmente, en un estado de expresión comunitaria. El barroco se convierte en idioma universal de la fe, de la existencia civilista, de las aspiraciones colectivas y de la sensibilidad del gran protagonista de la historia de este continente: el mestizo.

El barroco, con su dinamismo expresivo, acerca a nuestros artista al diálogo y a la comunicación de sentimientos, lo cual se proyecta a través de sus obras. La cristología y mariología alcanzan en este continente múltiples seguidores.

La cercanía de nuestro país nos llevó a ser testigo del prodigioso fenómeno de la denominada escuela cuzqueña de pintura, cuya proyección abarcó extensos territorios. En la capital incaica, florecen numerosos talleres que producen millares de óleos que cubren desde Bogotá hasta Santiago y Buenos Aires.

Fuente: Marcial Sánchez (director). Historia de la Iglesia en Chile, Tomo I. Editorial Universitaria. 2009. pp. 371-397.


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