martes, 13 de julio de 2010

El parto en la Colonia

"Mujeres de la Colonia" de Pedro Subercaseaux.

Cuando apenas se iniciaba el siglo XVIII, la comodidad de las casas es precaria. Los muebles son escasos, no hay agua potable ni baños. Los niños nacen en la cama materna, con la ayuda de la comadrona. Si el parto llega en una noche de invierno en la que el frío es un invitado más, el tibio calor de un braseo y al menos cuatro velas de sebo iluminan el dormitorio.


Los secretos del parto

Agustín de Arévalo Briseño y Cárcamo, vecino de Santiago y propietario de la hacienda San Cristóbal, al otro lado del río, se pasea nervioso por el patio interior de su casa. Reza esperando la noticia, pues en la habitación principal de su esposa Ana Josefa Gallardo Lisperguer está en trabajo de parto. Agustín tiene motivos para estar inquieto. Su primera mujer, Úrsula Ramírez Fernández Romo, había muerto de parto con el feto aún en el vientre el año 1695. Han pasado las horas y felizmente se anuncia por toda la casa de doña Ana Josefa ha sido madre de un niño que recibe el nombre de Francisco.

Al igual que el de Francisco, todo nacimiento es un hecho doméstico que se da en la vivienda familiar y que siempre produce gran conmoción por lo que implica la atención de la parturienta y el riesgo que corren ésta y la criatura. Aunque son pocas las personas que asisten a la madre, la familia completa espera expectante. Se encargan novenas y se suele acudir a la intercesión de San Ramón, patrono de las que están a punto de dar a luz.

Las mujeres mayores y una comadrona ayudan a la futura madre, quien normalmente está en su propio lecho. Los conocimientos que tienen acerca de los cuidados necesarios en estos trances, tanto para la madre como para el recién nacido, se reciben de la mano de parteras más experimentadas. La figura del médico aún no se asocia a este acontecimientos, que es más bien un asunto entre mujeres, y solo se le llama para los partos difíciles. Las condiciones higiénicas son precarias si se piensa que ni si quiera se conocen las ventajas que al respecto representa el agua hervida. Palpando el cuerpo de la madre, la comadrona puede advertir si el niño viene en una postura adecuada para el nacimiento. Cuando se observa que éste no será fácil, se sabe que la vida de ambos está en peligro. Es lo que le ocurre en septiembre de 1711 a Mónica Teresa de la Cerda Hermúa, esposa de Santiago de Larraín y Vicuña, al momento de alumbrar a su octavo hijo, bautizado como José Nicolás. El parto se presenta como muy difícil y luego de muchos esfuerzos del médico y la partera logra nacer el niño. Pero tanto la madre como éste quedan tan débiles y es enterrada el 27 de septiembre en la iglesia de San Agustín. El niño muere diez días más tarde.

Así, cuando el parto es inminente la posición de la criatura es la que determina la posición a seguir. Para ello, según un manual de la época, la matrona utiliza los dedos, "sin tener necesidad de introducirlos mucho toca el orificio del útero" hasta llegar a "la cabeza de la criatura boca abajo y no a algún brazo, el vientre, la espalda, las nalgas o la cuerda umbilical". Si sospecha que será un parto "preternatural", es decir, complejo, "le advierte delicadamente a la dormiente", acomoda manualmente al niño y si este se "empereza y retarda más de lo regular", le administra a la madre algunos medicamentos "que faciliten la expulsión".

Sólo en caso muy extremos, generalmente tras la muerte de la madre y cuando la criatura aún no nacida tiene posibilidades de sobrevivir, se practica una cesárea. Se sabe que el nacimiento y la muerto son hechos cercanos, de manera que un parto exitoso se considera una bendición de Dios para la familia. Respecto a la crianza en sectores más pobres, la madre busca extender lo más posible el amamantamiento, para asegurar la alimentación del pequeño y distanciar los embarazos. Las madres más pudientes en cambio, suelen recurrir a la nodriza, con lo que se ven más tempranamente expuesta a quedar nuevamente en cinta y, por tanto, a tener una familia numeroso.

Tras el nacimiento la matrona recibe al niño y lo pone boca arriba sobre una toalla o paño suave y caliente. Con un hilo fuerte se ata el cordón umbilical a un dedo del ombligo, y corta con tijeras a los dos dedos de la ligadura. Se unta el ombligo con manteca y se fija con un lienzo que se debe quitar a los seis o siete días. Entonces, se pone polvos de arrayán para combatir la humedad y se limpia la zona con un paño empapado en vino caliente y manteca de vaca derretida en el mismo vino.

Fuente: Chile cuatro momentos, tomo I, pp. 4-10

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